lunes, 14 de mayo de 2007

PLANTILLA DE CORRECCIÓN. NEUTRALIZACIÓN

A tiempo que la comitiva entraba en la cocina, hallábase acurrucada junto al pote una vieja, que sólo pudo Julián Álvarez distinguir un instante-con greñas blancas y rudas como cerro que le caían sobre los ojos, y cara rojiza al reflejo del fuego-; pues no bien advirtió que venía gente, levantóse más aprisa de lo que permitían sus años, y murmurando en voz quejumbrosa y humilde: -Buenas noches nos dé Dios- se desvaneció como una sombra, sin que nadie pudiese notar por dónde. El marqués se encaró con la moza.

- ¿No he dicho muchas veces que no quiero aquí pendones?

- Y ella contestó apaciblemente, colgando el candil en la pilastra de la chimenea:

- No hacía mal… me ayudaba a pelar castañas.

Tal vez iba el marqués a echar la casa abajo, si Primitivo, con mayor imperio y enojo que su amo mismo, no terciase en la cuestión, reprendiendo a la muchacha.

-¿Qué estás cuchicheando ahí? Mejor te hubiera sido tener la comida lista. ¿A ver cómo nos la das prontito? Menéate, despabílate.

En el esconce de la cocina, una mesa de roble denegrida por el uso mostraba extendido un mantel grosero, manchado de vino y grasa. Primitivo, después de soltar en un rincón la escopeta, vaciaba su morral, del cual salieron dos perdigones y una liebre muerta, con los ojos empañados u el pelaje maculado de sangraza. Apartó la muchacha el botín a un lado, y fue colocando platos de peltre, cubiertos de antigua y maciza plata, un pan enorme en el centro de la mesa y un jarro de vino proporcionado al pan; luego se dio prisa a revolver y destapar tarteras, y tomó del vasar una sopera magna. De nuevo la increpó airadamente el marqués. (p. 14 y 15; cap. II)

Para éstos se establecía turno pacífico, pues nadie renunciaba a soltar su correspondiente bola, y crecían en magnitud conforme se enredaba la plática. Formaban círculos los cazadores, y a sus pies dormían enroscados los perros; con un ojo cerrado y otro entreabierto y de párpado convulso: a veces, cuando se aplacaban las risotadas y las frases chistosas, se oía a los canes tocar la guitarra, espulgarse a toda orquesta, ladrar por sueños, sacudir las orejas y suspirar con resignación. Nadie les hacía caso.

El hocico de ratón tiene la palabra:

-¡Quizás no me lo crean y es tan cierto como que hemos de morir todos y la tierra nos ha de comer! Para más verdad fue un día de San Silvestre…

- Si eran brujas o era el duende, yo no lo sé; pero del mismo modo que hemos de dar cuenta a Dios nuestro señor de nuestras acciones, me pasó lo que les voy a contar.

Andaba yo tras de una perdiz agachadito, agachadito (y el ratón se agachaba en efecto, siguiendo su inveterada costumbre de representar cuanto hablaba) porque no llevaba perro ni diablo que lo valiese, y estaba, con perdón de las barbas honradas que me escuchan, para montar a caballo de un vallado, cuando oigo ¡tras tris, tras tras! ¡tipirí, tipirá!, el andar de una liebre; ¡más lista venía… que las centellas! Pues señor… vuelvo la cabeza de este modo… ¡con perdón de las barbas!, con mi escopeta más agarrada que la Bula… y de repente, ¡pan! me pasa una cosa del otro mundo por encima de la cabeza, y me caigo del vallado abajo… (pág. 193-4; cap. XXI)

Con todo algo medroso y tétrico debía pesar sobre su imaginación, según el cuento que empezó a referir una voz hueca a la nena, lo mismo que si ella pudiese comprender lo que le hablaba. ¿De dónde procedía este cuento, variante de la leyenda del ogro? ¿Lo oiría Perucho en alguna velada junto al lar, mientras hilaban las viejas y pelaban castañas las mozas? ¿Sería creación de su mente excitada por los terrores de un día tan excepcional? – Una vez- empezaba el cuento- era un rey muy malo, muy galopín, que se comía a la gente y las personas vivas…Este rey tenía una nena bonita, bonita, como la flor de mayo… y pequeñita, pequeñita como un grano de maíz […] Y el malo bribón del rey quería comerla, porque era el coco, y tenía una cara más fea, más fea que la del diablo… (Perucho hacía horribles muecas a fin de expresar la fealdad extraordinaria del rey). Y una noche dijo él, dice: - Me comeré mañana por la mañana temprano a la nena… así, así. (Recostaba la cabeza en las espigas de maíz y roncaba estrepitosamente para representar el sueño del rey). Y va el pajarito y con el pico le saca un ojo, y el rey queda tuerto. (Guiñaba el ojo izquierdo, mostrando como el rey se halló tuerto). Y el rey a despertar y a llorar, llorar, llorar (imitación del llanto) por su ojo, y el pajarito a reírse muy puesto en el árbol… Y va y salta y dijo, dice: - Si no comes a la nena y me la regalas, te doy el ojo… ¡Y va el rey y dice: bueno… Y va el pajarito, y se casó con la nena, y estaban siempre cantando unas cosas muy preciosas, y tocando la gaita… (solo de este instrumento) y entré por la puerta y salí por otra, y manda el rey que te lo cuente otra vez! (pág. 265-267; cap. XXVIII)

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